Descubrimiento de América
Albert Einstein en su casa de Princeton- EEUU. Cortesia
de HISTOCLIPS
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“este país es lo bastante fuerte para triunfar sobre el espectro que amenaza nuestra época, el militarismo. Vuestra posición política y económica es hoy día tan fuerte que podéis a poco que de verdad lo queráis, romper el poder de la traición guerrera que pesa sobre una Europa que sufre por el peso de su historia y, en menor medida, sobre el resto del mundo”.
Y cuando; llega a convencerse de que solo una organización supranacional seria capaz de imponer la paz a los estados, se refiere con frecuencia a los proyectos de Wilson, lamentando que hayan sido abandonados por completo.
Además, en varios escritos de ésta época, declara apreciar en especial ese sentimiento intimo de libertad personal que tiene el americano y que le preserva del deseo de rebajarse ante el prójimo así como de humillarle.
No obstante, ello no le impide quejarse también del espíritu aislacionista de los americanos, quienes no parecen interesarse por las cuestiones europeas si no es para reforzar continuamente sus creencias. Pero el espíritu de libertad y el poder económico aseguraron siempre a los Estados Unidos su poder de seducción sobre este cosmopolita hasta entonces poco recompensado por sus esfuerzos en pro de mejorar el espíritu de la vieja Europa.
En esta deriva americana, evidentemente hay que tener en cuenta el interés científico del contacto con los centros de investigación de Estados Unidos, sobre todo con los observatorios californianos, interés que, en cierta medida, distendía sus lazos con la ciencia europea; la vuelta de Einstein a la Cosmología, tras un largo silencio, precisamente en 1931, seguramente no fue el resultado de una simple coincidencia cronológica.
Si lo fue, en cambio, el que Einstein se encontrara en Pasadena durante el invierno de 1932, en un momento en que Abraham Flexner, encargado de crear el Institute for advanced Studies con los fondos puestos a su disposición por Louis Bamberger y la Sra. De Felix Gould, acababa de hacerse cargo del proyecto junto con Millikan, Flexner pidió también su opinión a Einstein, quien se interesó por el espíritu de la institución proyectada; los dos hombres encontrarían de nuevo en Oxford y después en Caputh en el curso del verano de 1932. Entretanto Hindenburg había sido elegido presidente de la república y había nombrado a Von Papen como canciller. Desde ese momento, Einstein estuvo seguro de que la llegada de Hitler al poder estaba próxima (a pesar de haber sido el competidor derrotado por Hindenburg); aceptó sin reticencias la propuesta de Flexner: entraría en el nuevo instituto, que se instalaba en Princeton, después de pasar el invierno en Pasadena. Al abandonar su casa de Caputh, a finales de 1932 Einstein predijo a una Elsa incrédula que no la volvería a ver.
1933
Tenía razón: ni Elsa ni él volverían jamás a Caputh, ni tampoco a Alemania. En Enero de 1933, Hindemburg llamaba a Hitler a la cancillería y los nazis se desataron; en las universidades científicas, Lenard se puso en cabeza de la cruzada antisemita. El cónsul de Alemania de Nueva York aseguró oficialmente a Einstein que podía volver a Berlín, pero oficiosamente le aconsejó que no lo hiciera.
Volvió a Europa en le mes de marzo de 1933 y se instaló en Coq-sur-Mer, una estación balneario belga al norte de Ostende; su retorno familiar y sus íntimos (Ilse, Margot, Helene Dukas) se reunieron con él, sumándose Walther Mayer, un matemático vienés que le ayudaba en su trabajo sobre la teoría del campo unificado. En Coq, Einstein, considerado como un amigo de la pareja real, que le había recibido en el palacio de Laeken, se hallaba bajo la protección del rey de los belgas; una pasión común por la música le unía a la reina Elizabeth, con quien mantendría correspondencia durante largos años. La protección no era solo simbólica: circulaban rumores de un atentado y dos guardaespaldas fueron encargados de alejar a los indeseables; se produjeron (¿Podía ser de otro modo con Einstein?) algunos incidentes mas o menos cómicos.
Las amenazas y la protección no le impidieron hacer algunos viajes a Bruselas, a Gran Bretaña y a Zurich, donde vio por última vez a Mileva y a Edouard. (Hanz Albert, ya casado y padre de familia, se encontraría con él en Estados Unidos, donde llegó a ser profesor de tecnología en Berkeley). Einstein tomó la iniciativa de enviar su dimisión a la Academia de Berlín, según Philipp Frank, lo hizo para evitar a Planck tener que expulsarlo y permitirle así salvar con dignidad lo que aún podía serlo (en realidad, esto le sirvió a Planck para que el Führer le dijera que su avanzada edad lo salvaba del campo de concentración). En respuesta a la carta de dimisión de Einstein, el secretario de la Academia publicó una declaración acusándole de tomar parte de las campanas de denigración contra Alemania.
Planck, Nernst y Von Laue, se opusieron en vano a la iniciativa del secretario, un jurista simpatizante de los nazis.
Todos los bienes de Einstein en Alemania fueron sucesivamente confiscados, al parecer sin una decisión formal de conjunto; a iniciativa De Sitter, varios amigos le ofrecieron una ayuda material. Sus papeles personales fueron traídos de Berlín por valija diplomática francesa gracias a la intervención de Rudolf Kayser, el marido de su hijastra Ilse (la hija mayor de Elsa) quien también pudo hacer transportar a los Estados Unidos algunos muebles del piso de los Einstein en Berlín, donde los visitantes de las SA no habían cogido mas que la vajilla de plata.
La toma del poder por Hitler y sus desastrosas consecuencias habían modificado brusca y radicalmente la actitud de Einstein ante el pacifismo; entonces le pareció evidente que, en los países democráticos, el antimilitarismo no podía sino alentar la voluntad de agresión de la Alemania nacional-socialista. Y él lo proclamo con su honestidad y sinceridad habituales. Al objetor de conciencia Alfred Nahon, que en junio de 1933; le pidió que interviniera en favor de los camaradas belgas encarcelados en Bruselas, respondió que la hora de la resistencia individual al militarismo ya había pasado; a la vista del grave peligro al que estaba expuesta Bélgica, le decía, si él fuera ciudadano belga aceptaría de buen grado el servicio militar, persuadido de que así contribuiría a salvaguardar la civilización europea. A la comisión de defensa de los objetores de conciencia, que protestaba contra este cambio de actitud, le recordó lo que había escrito a Hadamard sobre los riesgos de la resistencia a la guerra en una tribu africana: no era él quien había cambiado, era Europa, donde las costumbres se parecían ahora a las de aquellas tribus. Y en la correspondencia del año de 1933 y de los años posteriores encontramos numerosos fragmentos donde Einstein se queja de la debilidad delas naciones occidentales ante Alemania.
Desde ese momento, el objetivo final definido en sus intervenciones es la eliminación de la guerra por un medio totalmente distinto de la resistencia individual al enrolamiento militar: ya no piensa que las fuerzas armadas deban ser eliminadas de inmediato, sino que quisiera que quedaran reservadas a instancias supranacionales; esto es, por ejemplo, lo que responde el 27 de Noviembre a un artículo aparecido en un diario de Chicago que le rogaba una explicación por su cambio de actitud respecto a la objeción de conciencia.:
“el problema de la paz no se puede resolver de verdad mas que ayudando a crear una institución internacional de arbitraje que, a diferencia de la actual Sociedad de Naciones en Ginebra, disponga de los medios que le permitan imponer sus decisiones en una palabra, hace falta un tribunal de justicia internacional dotado de un aparto militar o policial permanente”.
En una carta de Agosto de 1936 a Hans Thirring declara que ya no cree que la paz sea posible, llegando incluso a atribuir una buena parte de responsabilidad por la situación “desesperada “en la que se encuentra el mundo 42 a los pacifistas ingleses y franceses.
Expulsados de Alemania, un numero creciente de intelectuales alemanes influían hacia Europa occidental y estados Unidos buscando desesperadamente un empleo, lo que iba a convertirse en una de las principales preocupaciones de Einstein, a quien de todas partes pedían ayuda; pero para él, personalmente, como señala él mismo, la situación era exactamente la inversa. No podía responder a todas las invitaciones que su ruptura con la Academia de Berlín no había hecho sino aumentar: su compromiso con Princeton estaba decidido; fue invitado a Oxford por iniciativa de F. Lindeman todos los años durante cinco; Madrid le reclamaba cuando Monzie, entonces ministro de instrucción publica, ante la petición del claustro de profesores del Collége de France, decide crear un puesto allí para él. Varias cartas de Einstein a Langevin en la primavera de 1933 expresan su turbación con un acento de evidente sinceridad. En primer ligar queda claro que no quiere hacer un desprecio aun viejo y muy querido amigo, aparte, teme que un rechazo publico a una iniciativa francesa sea mal interpretado; pero la carga le parece demasiado pesada, finalmente, surgen las reservas de un gran maestro que ya no esta seguro de poder aportar todo lo que se espera de él:
“He trabajado mucho, es verdad, pero también he desechado la mayor de lo que he hecho; y todavía no tengo ni idea sobre si el futuro me dará la razón en lo que queda. En realidad no poseo ni una capacidad ni un saber particulares, sino solamente la pasión de la investigación”.
En cuanto a exponer lo que él ha encontrado y que es conocido por “cualquier estudiante ordinario”, seria algo “ridículo “y añade en un estilo muy einsteiniano:
“En resumen, me causó un poco la impresión de un viejo gato que tuviera que tirar de un bonito cochecito cuando no sabe hacer nada mas que cazar ratones. O quizás de un violinista zíngaro incapaz de leer una partitura y que es llamado a convertirse en el primer violín de una orquesta sinfónica”.
Cosas difíciles de explicar, comenta a un personaje oficial…
Einstein abandono finalmente el continente europeo el 9 de Setiembre de 1933 y tras un mes de estancia en Inglaterra, se embarco para los Estados Unidos, de donde no volvería nunca; llevaba con él a Elsa, a Helene Dukas y a Walther Mayer. Las hijas de Elsa se quedaron en Europa. Ilse moría en París el año siguiente; Margot y su marido se reunirían con él en Princeton mas tarde.
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