Recomiendo
visitar la que fuera su casa de Lima, ubicada en la 1ra. Cuadra el Jr. Huancavelica,
en pleno centro de Lima donde encontraran fotos y documentos inéditos de su
paso por la vida física.
Como
un pequeño homenaje a su memoria de este peruano del milenio, presentamos la
Oda a Miguel Grau, escrita por José Gálvez Barrenechea.
ODA A GRAU
- José Gálvez B.(1)-
Frente al océano ¡ OH
Grau!,
semidiós lleno de bondad
humana,
te evoco como a un gran
pénate lírico:
y al evocarte, ¡OH gran
señor del mar!
los mitos y los símbolos
florecen
y se encarnan en henchidas
imágenes radiantes.
No son mentiras vacuas,
ni son fantasmagóricos
alardes
esas figuraciones
tutelares:
la leyenda, la historia y
la gloria y la patria
que, por ellas,
un hálito
divino infunde en lo pasado vida sacra,
y a las cosas que fueron
las salva del olvido;
un hálito
divino, que hincha las palabras,
como velas de barcos
atrevidos
que van al infinito.
Puede la vida triste irse
como una sombra,
pero quedan, de las almas
sublimes,
el resplandor y el eco de
vibración perenne,
que rescata en una
sagrada resurrección,
a los hombres que encarnan
,
en misiones eternas, ideal
y abnegación..!
Locura de poeta, creencia
popular,
son las que captan el
mensaje
que se vuelve a cantar,
cuando en la hora trágica
la carne de los héroes se
hace polvo
y el alma vuela al cielo
para lucir eterna,
como una estrella tutelar,
de esas que
marcan camino de la tierra
para el mortal que pasa,
ruta celeste para el mortal
que ha de durar.
Y así—OH Señor de nuestro
mar
al evocarte vienen con nuevos
atavíos
las antiguas estampas.
No son mentiras, no, los
símbolos,
la leyenda, la historia, la
gloria y la patria.
Fuiste la encarnación del
sacrificio,
fuiste la encarnación de la
esperanza,
y como Cristo bien sabías
que te sacrificabas.
Como a un gran corazón,
iba hacia ti la sangre de
la patria,
que su dolor sentía en tu
dolor,
que por ti palpitaba, y que
confiaba en ti su salvación.
Todo lo fuiste tú, todo, en
un instante:
la epopeya, el ensueño, la
audacia y el misterio,
lo incomprensible y casi
inalcanzable
con que esperaba redimirse
un pueblo.
La Patria, tu tal vez como
nadie, lo sabías, la forjan
los que sufren, los que
luchan, los que se sacrifican;
que en el surco del pueblo,
el sacrificio es la única
semilla que hace brotar la flor del patriotismo.
Tu fuiste así; por eso son
eternos
tu nombre y tu recuerdo.
En la tremenda hora de
patriótica angustia
ibas sobre las ondas como
un ave silente
en formidable empeño de
aventuras
desafiando a la muerte y a
la suerte,
y tras tu frágil nave, como
un viento propicio,
iba el cálido aliento con
que seguía tu ilusión tu pueblo.
Nunca tuvo una estela mas
luminosa un barco,
como la estela que dejó tu
nave,
ni jamás las estrellas
alumbraron
a un buque solitario,
de más pura y romántica
osadía,
como al romanticismo de tu
barco,
retoño nuevo de
caballerías.
Viejos, niños, mujeres,
tus campañas seguían como
en sueños,
y se echaban al vuelo, por
tu nombre,
las líricas campanas.
Señor de la sorpresa,
recorrías impávido las
costas enemigas.
Absorta te contemplaba y
aclamaba América,
-flores de damas, ritmos de
poetas—
y hasta la vieja,
indiferente Europa,
depuso su soberbia ante tu
gloria.
De las galeras que cantara
Homero,
de los pueblos feacios,
tu nave fue sublimación
airosa;
veloz y silenciosa como un
sueño,
caía como un rayo, se iba
como una sombra.
Ensoñación del mar en flor
de hazaña,
era mito, milagro,
fantasía:
maravillosa mezcla de
caballero y de fantasma,
sorprendía, apresaba,
combatía.
Tu eras la Patria, sobre el
mar, bajo el cielo
y mas allá del horizonte,
y unías la leyenda y el
cantar al ejemplo
como un nuevo Quijote.
Reflejo azul de una bondad
divina,
por ti la roja guerra tuvo,
hundías barcos, salvabas
vidas;
aún al enemigo diste amor,
y entre la sangre y la
metralla,
puro pasaste el alma
erguida por la mano de Dios.
Y como con la Patria te
uniste y confundiste,
y eras un paradigma de
heroísmo sin par,
a tu lado tuviste gallardos
paladines;
pero la realidad te
perseguía acechando tu ideal.
Duro el destino,
castiga y premia a los que
osaron mucho:
los castiga en la carne y
en la tierra y en el tiempo fugaz,
y los premia en el alma y
en la gloria y les da eternidad.
Como tu par, insigne
Bolognesi,
tenías que
caer por nuestras culpas
y para ser ejemplo,
porque el destino escoge las
víctimas mas puras,
y así redime castigando
pueblos
en el dolor de los que son
mejores.
¡Tenías que caer!
Y en un dantesco círculo de
fuego
se consumó tu sacrificio
cruento.
¡Tenías que caer!
Como en un mito griego,
se hizo de sangre todo el
horizonte,
y se alzaron como unos
semidioses
los que contigo al
holocausto fueron.
¡Tenías que caer!
¡Se hizo de sangre todo el
horizonte,
pero el mar como nunca, fue
color de laurel
(1) José
Gálvez Barrenechea, llamado El «Cronista de Lima», fue hijo del ingeniero
Justiniano A. Gálvez Moreno y Amalia Barrenechea y de la Fuente. Descendía de
figuras heroicas de la patria, como José Gálvez Egúsquiza, héroe del Combate
del 2 de mayo de 1866, su abuelo, y de José Gálvez Moreno, su
tío, héroe de la Guerra de 1879.
Se
graduó de doctor en Filosofía y Letras, en 1915, y de doctor en Derecho, en
1922, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Conocido también
como «El Poeta de la Juventud», se hizo merecedor de muchos premios
reconocimiento a su indiscutible capacidad intelectual; desempeñó cargos
académicos y políticos, con notable acierto.
Activo
participante de la política peruana, fue Ministro de Educación en
1931. En 1945 llegó a ser elegido Vicepresidente en el gobierno de José
Luis Bustamante y Rivero y Senador de la República por Lima por el Frente
Democrático Nacional. En 1956, retornando el Perú al cauce democrático,
encabezó la lista al Congreso por el Frente Democrático Independiente, siendo
elegido Senador de la República por Lima y posteriormente Presidente de la
Cámara.
Entre
su proficua producción literaria que comprendió prosa y poesía, destaca Nuestra
Pequeña Historia, Estampas limeñas, Jardín cerrado, Oda a Grau y Canto
Jubilar a Lima.
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