Durante la Segunda Guerra Mundial,
en la Alemania nazi se desarrollo una tecnología de comunicación encriptada que
puso en jaque a los aliados. La clave de todo el sistema de comunicación
secreto alemán era un artefacto parecido a una máquina de escribir dentro de
una caja de madera. Bajo su inofensivo aspecto se ocultaba un sofisticado
ingenio que tenía como misión enviar mensajes mediante un mecanismo que los
convertía en indescifrables para el enemigo.
Con el sofisticado equipo, los
submarinos alemanes destinados en el Atlántico podían comunicarse entre ellos y
con su país, logrando una coordinación que estaba costando el hundimiento de
muchos barcos a los aliados. La existencia de esta máquina era fundamental para
la táctica empleada por los submarinos alemanes, conocida como la “jauría de
lobos”. Consistía en la presencia continua de unos quince submarinos en alta
mar, colocados estratégicamente en las rutas que solían seguir los convoyes
aliados. Estos submarinos estaban separados entre sí por largas distancias, con
lo que conseguían cubrir zonas muy amplias.
Cuando uno de ellos avistaba una
presa, ya fuera un convoy o un barco aislado, comunicaban a su base la ruta que
estaba siguiendo. Desde allí se avisaba a todos los submarinos disponibles para
que convergieran sobre el objetivo en un punto del océano, normalmente por la
noche. Cuando llegaba el momento, todos los submarinos reunidos para la ocasión
comenzaban a disparar sus torpedos. Si no se conseguía hundir el barco enemigo,
lo seguían a una distancia prudencial y cuando llegaba la noche volvían a
lanzar sus torpedos, hasta que lograban su hundimiento.
Dicha táctica era tremendamente
eficaz. Con esos pocos efectivos distribuidos por el inmenso océano se
mantenían en jaque a toda flota aliada, que se veía incapaz para proteger a
todos los barcos que cruzaban el Atlántico. Para que esa técnica de “jauría de
lobos” pudiese llevarse a cabo era necesario contar con el factor sorpresa.
Los aliados necesitaban contar
con un sistema que pudiera localizar la posición de los submarinos nazis y
conocer de antemano el lugar de reunión. En ese caso, los “lobos” caerían en
una trampa mortal y se acabaría la amenaza. Ése era el objetivo, pero ¿Cómo
conseguirlo? Sólo había una respuesta: descubrir el significado de los mensajes
enviados a través de la Enigma.
Para los aliados era vital
conseguir descifrar esos mensajes. De este trabajo se encargaría la Escuela de
Códigos del Gobierno, radicada en una mansión victoriana llamada Bletchley Park,
situada a 70 kilómetros de Londres y a 100 Kilómetros de la playa de invasión
mas próxima, para que pudiera seguir operando aunque los alemanes hubieran
desembarcado ya en las islas británicas. En unos barracones construidos al lado
de la casa principal se encontraba un grupo de expertos cuya única misión era
lograr la clave de funcionamiento de aquella misteriosa máquina.
El heterogéneo equipo estaba
formado por matemáticos, lingüistas, maestros de ajedrez e incluso expertos en
crucigramas de las universidades de Oxford y Cambridge. Trabajaron durante
meses, pero la Enigma seguía haciendo honor a su nombre; era virtualmente
imposible descubrir la clave.
El origen de esta tecnología
compleja se remonta al año 1926, cuando un equipo de ingenieros alemanes inventaron
un artilugio que enviaba mensajes cifrados. Su utilización era muy sencilla,
pero no tanto su funcionamiento. Si bien en este documento no es posible
explicar con detalle cómo se codificaban los mensajes, es suficiente indicar
que se trataba de un artefacto similar a una máquina de escribir, en la que al
pulsar una letra se accionaban tres ruedas internas con 26 contactos, las
cuales, combinándose entre sí, acababan emitiendo una letra distinta a la que
se había tecleado en un principio.
Este mecanismo aparentemente
simple producía en realidad una cantidad astronómica de combinaciones – el
número 403 seguido por 24 ceros -, que incluso se podían multiplicar aún más si
se intercambiaban de posición las ruedas. Para alguien que interceptase el mensaje,
las letras resultantes no tendrían ningún sentido, ya que mostrarían una
apariencia totalmente aleatoria. Para descifrarlo era imprescindible estar en
posesión del libro de claves.
Un detalle importante a mencionar
es que en los años veinte, antes de que Hitler llegase al poder en Alemania,
esta maquina tenía un fin netamente comercial y se vendía como un producto más.
Según diversas informaciones de entonces, una de estas unidades la compró el
servicio secreto polaco, pero existen otras versiones, que señalan que los espías
polacos la robaron en una oficina de correos alemana. Unos años más tarde, tras
la invasión de su país, los polacos entregaron esta primera versión de la
Enigma a los Aliados para que la estudiasen. Así pues, los expertos reunidos en
Inglaterra para descubrir su funcionamiento dispondrían al menos de ese
prototipo.
A lo largo de la década de los
treinta, los expertos alemanes perfeccionaron la máquina. Además de las tres
ruedas antes referidas, añadieron cinco suplementarias, con lo que las seis
posiciones iniciales de las ruedas – que ya producían aquel número astronómico
de combinaciones – pasaron a ser 336. La versión definitiva de la Enigma no se
contentaba con ese número de posibles posiciones y lo volvió a multiplicar mediante
la incorporación de diez clavijas similares a las utilizadas en las antiguas
centralitas de teléfonos. El resultado final fue que la endiablada máquina era
capaz de ofrecer 150 trillones de combinaciones, una cantidad imposible de
abarcar por la imaginación humana.
Cuando empezó la Segunda Guerra
Mundial se proporcionó una Enigma a todos los barcos y submarinos, ya que al
navegar en alta mar y por el tipo de combate que llevaban a cabo era vital
estar siempre en comunicación. Después se fue extendiendo su uso por el
continente europeo, asignando unidades de la Enigma a las fuerzas terrestres y
aéreas, así como a los servicios de información.
Las conversaciones que mantenían
los alemanes mediante esa maquina eran interceptadas sin problemas por los servicios
de inteligencia aliados, pero esas comunicaciones formadas por letras sin
ningún orden sacaban de quicio a los agentes encargados de explorar las ondas.
Era imposible descifrar aquellos mensajes, más aún cuando las claves eran
modificadas cada veinticuatro horas y además cada fuerza militar germana tenía
su propia combinación en la posición de las ruedas de la Enigma. En la marina
alemana, incluso, cada tipo de unidad tenía la suya propia.
Por ello, tal como se indicaba al
principio, los británicos necesitaban desentrañar los misterios de aquel artilugio. Pero el equipo de expertos que
habían logrado reunir se mostraba imponente para resolver el misterio. Al final
se llegó a una conclusión: el modo más rápido para resolver el dilema era conseguir a toda costa una maquina enigma
y su correspondiente libro de claves.
En efecto, ésa era la solución
mas fácil, pero ¿Cómo se podía arrebatar una de aquellas máquinas a los
alemanes? El modo que parecía más factible era conseguir alguna Enigma era de
las que viajaban a bordo de los barcos de guerra alemanes.
Había que aprovechar los ataques
de la armada británica a algunos de esos buques para penetrar rápidamente y
apoderarse de ella, antes de que la tripulación la destruyese.
Los resultados de esa táctica no
fueron muy espectaculares, al menos al principio. En febrero de 1940 se logró
capturar un submarino alemán y se pudieron conseguir algunas piezas de la
Enigma, concretamente tres de sus ruedas. En otros abordajes, en esta ocasión a
barcos alemanes camuflados como inocentes buques pesqueros, los ingleses
pudieron hacerse de otras piezas, pero la anhelada captura de la máquina
completa seguía resistiéndose.
Recién, el 9 de mayo de 1940 cuando se produjo
el hecho que abriría las puertas a la comprensión del funcionamiento de aquella
maquina le quitaba el sueño a todos los expertos que intentaban desentrañar su
interior.
Un submarino alemán, el U-110, se
hallaba en las frías aguas del Atlántico Norte patrullando en busca de algún
convoy aliado para atacarlo. Al avistar un grupo de barcos lanzó sus torpedos,
impactando en dos buques mercantes. En lugar de marcharse tras el ataque, el
submarino se quedó para ver el efecto que había producido sus torpedos. Esto lo
aprovechó una corbeta británica para ir tras el U-110 y atacarle con cargas de
profundidad, algunas de las cuales afectaron al submarino.
El comandante del U-Boot, 4 Fritz
Julius Lemp, decidió descender hasta el fondo y esperar a que sus perseguidores
se marchasen, pero los daños recibidos le obligaron a salir a la superficie. Al
aparecer a plena luz del día, varios barcos británicos se dirigieron hacia él y
dispararon sus ametralladoras contra los tripulantes del sumergible, que
intentaban salir por la torreta.
Un destructor británico aceleró
su marcha para embestir al submarino,
pero casi en el último momento recordó la consigna de intentar hacerse con una
Enigma. El destructor evitó la colisión y envió una lancha hacia el U-110, con
un grupo de marineros dispuestos a irrumpir en el U-Boot para arrebatarles la
valiosa máquina. Mientras tanto, los alemanes habían colocado cargas explosivas
en el interior de su nave, precisamente para evitar que todos sus secretos
cayesen en manos de sus enemigos, y habían saltado al agua.
En este punto de la historia es
en donde aparecen dos versiones diferentes sobre la suerte que corrió el
comandante alemán del submarino. Según los ingleses, el oficial levantó sus
brazos mientras estaba en el agua y se suicidó ahogándose. Según otros
testigos, se asegura que el alemán regresó nadando al sumergible al comprobar
que las cargas no habían explotado, para volver a activarlas; cuando estaba
trepando al casco del submarino recibió un balazo procedente de la lancha
británica.
Sea como fuere, la verdad es que
los marinos ingleses consiguieron entrar en el interior del U-110. Allí
encontraron un ejemplar intacto de la Enigma, además de un libro de claves con
una validez de tres meses. Durante cuatro horas se estuvo trasladando material y
documentación secreta al destructor.
Unos días más tarde, el precioso
cargamento llegó a la base escocesa de Scapa Flow, en donde los expertos, en un
primer vistazo, confirmaron la trascendental importancia del hallazgo. No
obstante, existía un peligro que podía dar al traste con buena parte del éxito
cosechando. Este riesgo no era otro que el que los alemanes supieran que los
Aliados ya contaban con una de aquellas maquinas.
Si la captura de la Enigma del
U-110 llegaba a oídos germanos, no pasarían ni veinticuatro horas antes de que
los alemanes variasen todos los códigos e incluso modificasen el funcionamiento
interno de la Enigma. Así que la misión que se le encomendó a la armada
británica fue conseguir que los aproximadamente cuatrocientos hombres que
habían sido testigos de aquella operación permaneciesen en silencio sobre todo
lo que habían visto u oído.
Evidentemente, muchos de ellos
desconocían la importancia de aquel artefacto, pero aun así se logro que no trascendiese
nada sobre lo que había ocurrido ese día en mitad del atlántico. El éxito de
esta consigna de silencio fue total, ya que ni uno solo de esos cuatrocientos
marineros dijo nunca nada sobre el asunto mientras duro la guerra. Incluso un
número importante de ellos se negaba a ofrecer cualquier tipo de información
muchos años después de finalizado el conflicto.
Una vez lograda la posesión de la
máquina, las comunicaciones de la flota alemana dejaron de tener secretos para
los Aliados. Las pérdidas por ataques de submarinos alemanes cayeron
rápidamente, ante el asombro de los alemanes, que no entendían el porqué de esa
repentina falta de efectividad. Por éste o por otros motivos, a partir de
febrero de 1942 cambiaron todos los códigos empleados en la utilización de la
Enigma. No fue hasta finales de ese año cuando los criptógrafos reunidos en
Bletchley Park consiguieron desentrañar el misterio de los nuevos códigos
empleados en la máquina, aunque nunca se ha revelado exactamente cómo lo
consiguieron. Aun así, algo tendrían que ver la construcción por parte del
servicio de inteligencia británico de uno de los primeros ordenadores del mundo,
bautizado con el nombre de Colossus, para facilitar los trabajos del grupo de
expertos.
Las dificultades no acabaron
aquí. En marzo de 1943, un convoy de barcos aliados zarpó de Nueva York con
destino a Gran Bretaña. Casi a la vez, los alemanes introdujeron un nuevo
modelo de máquina, la Enigma M4. La diferencia fundamental con la anterior era
que contaba con cuatro ruedas internas en lugar de tres, lo que elevaba el
número de combinaciones a 2 por 10 elevado a 145. La imposibilidad de descifrar
los mensajes confeccionados con este modelo evolucionado provocó que los
submarinos pudieran volver a reunirse con facilidad para atacar a los convoyes
que surcaban el Atlántico.
Los Aliados asistían impotentes
al trágico espectáculo de sus barcos hundidos por los torpedos alemanes. Había
que actuar con rapidez para descubrir el nuevo sistema de códigos, pero hay que
recordar que los secretos del anterior modelo no habían sido resueltos hasta
casi un año después de estar en posesión de la máquina. Los expertos de
Bletchley Park trabajaron día y noche y, ayudados por los conocimientos
adquiridos en la resolución del reto anterior, necesitaron tan solo dos semanas
para descubrir cómo funcionaba la nueva versión de la máquina.
A partir de ese momento, los
mensajes más sencillos comenzaron a poder ser descifrados. Esto fue suficiente
para que los submarinos nazis fueran ya prácticamente incapaces de hundir un
solo barco, mientras los Aliados no cejaban en su presión para localizarlos y
destruirlos, fueran donde fuesen. Para los alemanes, el mes de mayo de 1943
seria conocido como “el mes de los submarinos perdidos”.
Además del Colossus, los científicos crearon
otra computadora, la maquina The Bombe, para ayudar descodificar los
comunicados de la Enigma M4. The Bombe poseía más de 2,400 válvulas, trabaja a
5.000 hertzios de velocidad, y comenzó a funcionar un día antes del desembarco
en Normandía.
Todo lo que hace referencia a la Enigma
permanecería en secreto hasta los años sesenta, cuando el gobierno británico
permitió que se consultasen algunos documentos, aunque tuvieron que pasar casi
treinta años para que se conociera la mayor parte de la historia.
Aunque cada vez se disponga de
mayor información y se vayan conociendo mas detalles sobre la ya famosa Enigma,
esa maquina seguirá manteniendo su misterio y despertando la imaginación de los
interesados en la Segunda Guerra Mundial.
A ello ayudó también la extraña historia
que rodeó al ejemplar de la maquina que podía contemplarse en la mansión de
Bletchley Park, el lugar en donde trabajaban los expertos criptógrafos. Esta
casa, convertida en museo, podía visitarse dos sábados al mes sin necesidad de
pagar entrada y no contaba con especiales medidas de seguridad.
Esta circunstancia fue
aprovechada en abril del año 2000 por un ladrón que consiguió apoderarse de la
preciada máquina, que tampoco estaba asegurada. La verdad es que aquel amigo de
lo ajeno no tuvo que hacer un gran esfuerzo para llevársela; la Enigma se
encontraba dentro de una sencilla vitrina y para acceder a la máquina
únicamente era necesario levantar el cristal que la protegía. Parece ser que el
robo se cometió a plena luz del día y que el ladrón, camuflado entre el
centenar de visitantes que recibe el museo, se limito a introducir el artefacto
dentro de una bolsa y salir tranquilamente a la calle.
El nuevo e ilegal propietario de
la Enigma exigió una cantidad equivalente a unos 7.000 euros por su devolución,
cantidad muy moderada si se tiene en cuenta que estaba valorada en unos
150.000, aunque se considera que su valor histórico trasciende el valor
monetario.
Pero una serie de circunstancias
llevaban a pensar que existía alguna historia turbia en todo el asunto. En el
mensaje en el que el ladrón pedía el dinero se refería despectivamente a la
directora de Bletchley Park como “esa mujer”, sin aludir a su cargo. Ese
detalle hizo pensar a los investigadores que el ladrón la conocía
personalmente. A esto hay que añadir que la directora fue nombrada rodeada de
una fuerte polémica interna, ya que hasta ese momento la institución venia
siendo regida por un grupo de voluntarios, algunos de ellos ex agentes
secretos, defensores de la tradición y de mantener las antiguas costumbres.
En cambio, la nueva directora, de
perfil netamente empresarial, llevaron con aires renovadores que no encajaban
con el espíritu que hasta ese momento había reinado en la institución. La lucha
por el poder llego a tal punto que consiguieron que la directora fuera
despedida, pero poco después no pudieran impedir que esa decisión fuera
revocada.
En ese tenso ambiente, se
generaron también anónimas amenazas de muerte a la directora, fue el escenario
en el que se produjo el robo de la Enigma. Aunque se estaban haciendo esfuerzos
para identificar al delincuente, la dirección del centro estaba dispuesta a
entrar en negociaciones con el ladrón, debido a la gran importancia del objeto
y al bajo precio del rescate exigido.
Como si el carácter de la maquina
impregnase misteriosamente todo lo que la rodea, el 18 de octubre del 2000, el
periodista de la BBC Jeremy Paxman recibió un extraño paquete por correo. En su
interior, sorprendentemente, se encontraba la Enigma robada en Bletchley Park. Pero
el misterio no quedaba resuelto; la identidad del ladrón seguía sin conocerse
y, lo que es más grave, en la maquina faltaban las tres ruedas internas.
El caso volvió a la primera
pagina de los periódicos un mes después. El 19 de noviembre del 2000, el Sunday
Times aseguraba en su portada que dos de sus periodistas habían resuelto el
caso del robo de la máquina. En esa información se aseguraba que, a finales de
octubre, los redactores habían recibido una misteriosa carta sin remitente que contenía
una palabra en clave, de la que sólo se dio a conocer que tenía ocho letras y
empezaba por “i”. El autor de la misiva afirmaba que conocía el paradero de los
tres rodillos desaparecidos.
Los periodistas, intrigados,
decidieron publicar un anuncio por palabras en el Times con el siguiente texto:
“(La palabra clave), encantado de recibir su comunicación, por favor, contacte
con Nick”. Estas palabras fueron insertadas en el diario durante tres días, hasta
que el anónimo comunicante se puso de nuevo en contacto con los periodistas. En
este caso, accedió a encontrase con ellos; el lugar de la cita era un
cementerio.
Los reporteros respondieron a
esta propuesta afirmativamente, utilizando la sección de anuncios por palabras
del Times. Pero el 8 de noviembre recibieron una nueva carta en la que el autor
expresaba su temor a ser acusado del robo de la Enigma y, por tanto detenido
por la policía en el caso de seguir adelante con el contacto previsto, así que
el encuentro debía suspenderse.
Lo que ocurrió tras esa reunión
frustrada es un misterio. El rotativo no explicó con exactitud lo que ocurrió
después. Sin entrar en detalles, afirmaba que la policía fue puesta al corriente de todo el caso. Es
posible que el autor de las cartas se le tendiese una trampa. Lo único cierto
es que el sábado 18 de noviembre, un hombre de 57 años fue detenido. El
periódico anunció que las ruedas de la Enigma serían recuperadas, si bien desde
entonces no se ha tenido ninguna noticia del paradero de esas históricas
piezas.
En febrero de 2006, la Enigma
volvió a centrar la atención del público, cuando se dio a conocer que un grupo
de criptológos ingleses había descifrado uno de los tres mensajes alemanes
interceptados que, debido a su complejidad, no habían podido ser todavía
descodificados.
Los mensajes descifrados por
estos expertos fueron codificados mediante la Enigma de cuatro rotores, la M4.
Para lograrlo, se recurrió a una aplicación de software de código abierto;
desde la página de web del proyecto, los internautas ayudaron a descifrarlo
aprovechando los tiempos muertos del ordenador para realizar los cálculos.
En 1995 una revista criptográfica
publicó tres mensajes codificados alemanes que nunca se habían podido descifrar
hasta que Stefan Krah, un violinista aficionado a los criptogramas y a las
nuevas tecnologías ideó ese programa freeware que permitía, uniendo varios
ordenadores mediante internet, descodificar los mensajes secretos nazis.
El 20 de febrero del 2006 quedó
descodificado el primero de los tres mensajes. El comunicado cifrado era como
sigue:
“nczwvusxpnynminhzxmqxsfwxwlkjahshnmcoccakuqpmkcsmhkseinjusblkiosxckubhmllxcsjusrrdvkohulxwccbgvliyxeo—hxrhkkfvdrewezlxobafgyujqukgrtvukameurbveksuhhvoy-habcjwmaklfklmyfvnrizrvvrtkofdanjmolbgffleoprgtflvrho-wopbekvwmuqfmpwparmfhagkxiibg”.
Gracias el trabajo de Krah y sus colaboradores, aquella información oculta durante más de seis décadas fue finalmente decodificada:
“obligado a sumergirme durante el ataque. Cargas de profundidad. Última posición enemiga 0830 en punto, Aj 9863. Curso 220 grados, 8 nudos. Impacto después. 14 mb cae. NNO4. Visibilidad 10. Looks.”
El 7 de marzo de 2006, poco después de que el primer mensaje fuera desvelado, se logró la traducción del segundo, cuyo formato original era éste:
“tmkfnwzxffiiyxutihwndhxifzeqvkdvmqswbqndyozftiw-mjhxhyrpaczugrremvpanwxgtkthnrlvhkzpg mnmvsecvckhoinplhhpvpxkmbhokccpdpevxvvhozzqbiyieouseznhjkwhydagtxdjdjkjpkcsdsuztqcxjdvlpamgqkkshphvksvpcbuwzfizpfuup”.
La traducción de esta combinación de letras es:
“No se ha encontrado nada en el
rastro del convoy 55.°, moviendo a la cuadrícula ordenada. Posición naval
AJ3995, SO4, mar 3, 10/10 nublado, 28 mb subiendo, niebla. Visibilidad 1 sm.
Schroeder”
El tercer mensaje, al ser más
complejo, se esperaba entonces que fuera descifrado en un plazo de unos tres
años.
Definitivamente es muy posible que la Enigma seguirá
siempre unida al misterio que la rodeó antes, durante y después de la Segunda
Guerra Mundial.
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